En un contexto inédito a nivel global hace su aparición el Centro de Interpretación Espacial. La pandemia nos arrastra al confinamiento y el protocolo impone distanciamiento. Los gobiernos tratan de hacer frente a un virus que se expande sin importar las fronteras de los hombres.
Ante el desconocimiento, la medida general fue aislar. Los espacios hogareños, para aquellos privilegiados poseedores, se transforman en cotidiano refugio, prisión para otros, de un mundo exterior donde acecha el peligro. La vida sucede puertas adentro y bajo techo.
En las grandes ciudades las arquitecturas que dan resguardo nos separan, a su vez, del contacto con la naturaleza y la luz solar. El jardín privado se transforma en el nuevo signo de la pertenencia a una clase. Ventanas y balcones, intersticios de la mirada, devienen observatorios astronómicos desde donde mirar al cielo y llegar al sol.
CIE es un centro sin centro: movimiento que deviene constructor de arquitecturas duracionales. Se piensa un museo-hábitat que orbita interpretaciones surgidas de escuchas atentas de cada lugar ensayando experiencias con-textuales. CIE se siente habitante y practicante de una constelación de espacialidades en este lugar de la galaxia.